Hoy es 21 marzo, sábado de la tercera semana de cuaresma. El evangelio de hoy nos invita a la oración sincera y honesta, reconociendo nuestra condición de pecadores. La parábola del fariseo y del publicano, nos ayuda a reflexionar sobre la humildad y desde ella, conocer nuestras fortalezas y debilidades, nuestras virtudes y limitaciones.
EVANGELIO DEL DIA: Lucas 18, 9-14
“Dijo también a algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás, esta parábola: “Dos hombres subieron al templo a orar; uno fariseo, otro publicano. El fariseo, de pie, oraba en su interior de esta manera: “¡Oh, Dios! Te doy gracias porque no soy como los demás hombres, rapaces, injustos, adúlteros, ni tampoco como este publicano. Ayuno dos veces por semana, doy el diezmo de todas mis ganancias.”
En cambio, el publicano, manteniéndose a distancia, no se atrevía ni a alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: “¡Oh, Dios! ¡Ten compasión de mí, que soy pecador!”.
Os digo que éste bajó a su casa justificado y aquél no. Porque todo el que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado”.
¡Palabra del Señor!; ¡Gloria a Ti, Señor Jesús!.
TEXTO VICENCIANO: “La Gracia Produce la Humildad” (Sta. Luisa de Marillac. C.89)
“Le diré sencillamente que hay que esperar en paz que la gracia produzca en nosotros la verdadera humildad, la que, al darnos conocimiento de nuestra impotencia nos mueve a confesarla y a someternos voluntariamente a soportar lo que usted llama debilidad, ligereza, orgullo y sensibilidad, sin esperar que todo esto quede destruido en nosotros, que nos vemos y nos veremos toda nuestra vida zarandeados por tales agitaciones”.
REFLEXIÓN PERSONAL: En ocasiones, nuestra oración puede ser la del fariseo. Nos llegamos a apropiar de Dios y veladamente se nos cuela una mirada de orgullo engreído, una mirada por encima del hombro hacia otros, hacia los que no creen o creen de forma diferente, celebran de forma diferente, tienen otras opiniones o perspectivas. Nos podemos llegar a sentir más verdaderos, más auténticos que esos otros que no son como yo.
En otros momentos, al orar lo hacemos desde la visión del publicano. Entonces, nos dirigimos a Dios con mezcla de dolor y confianza y le decimos: “Esto es lo que hay”. Se lo decimos sin rendición, sin egos y sin insolencia. Expresamos desde lo más profundo que no puedo, que no soy capaz, que no se, que no alcanzo a sostener la situación y, con todo, sigo caminando.
Santa Luisa escribe al Abad de Vaux, animándole a dejar que la gracia de Dios genere en nuestro ser la verdadera humidad. La vida nos zarandea entre la doblez del fariseo en la que no puede habitar la confianza; y la sencillez y aceptación de nuestra realidad personal, social y familiar como en la oración sincera del publicano. Así, al confesar nuestra incoherencia, vamos dando pasos, aunque sean vacilantes, hacia la coherencia de corazón.
ORACIÓN FINAL:
Dios Padre misericordioso, te ofrecemos nuestra oración, en ocasiones ensombrecida por el egoísmo y la arrogancia. Confiamos que, en nuestra debilidad y fragilidad, la oración del publicano, sencilla y sincera, se vuelva abrazo de confianza y fortaleza.
Hoy oramos, con humildad, para que pueda controlarse pronto la epidemia, vuelva la salud a los afectados y la paz a los hogares y lugares a los que ha llegado.
Amén.