Oración decimocuarto día de Cuaresma

Hoy es 7 de marzo. Llevamos 14 días en el camino de la Cuaresma. En este momento de encuentro contigo quiero hacer silencio. Me paro, busco un lugar donde serenarme, acallo el ruido de mi interior y me dispongo a escuchar tu Palabra.

EVANGELIO DEL DÍA: Mt 23,1-12

En aquel tiempo, Jesús habló a la gente y a los discípulos, diciendo:
«En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los fariseos: haced y cumplid todo lo que os digan; pero no hagáis lo que ellos hacen, porque ellos dicen, pero no hacen.
Lían fardos pesados y se los cargan a la gente en los hombros, pero ellos no están dispuestos a mover un dedo para empujar.
Todo lo que hacen es para que los vea la gente: alargan las filacterias y agrandan las orlas del manto; les gustan los primeros puestos en los banquetes y los asientos de honor en las sinagogas; que les hagan reverencias en las plazas y que la gente los llame “rabbí”.
Vosotros, en cambio, no os dejéis llamar “rabbí”, porque uno solo es vuestro maestro y todos vosotros sois hermanos.
Y no llaméis padre vuestro a nadie en la tierra, porque uno solo es vuestro Padre, el del cielo.
No os dejéis llamar maestros, porque uno solo es vuestro maestro, el Mesías.
El primero entre vosotros será vuestro servidor.
El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido»
.

¡Palabra del Señor!; ¡Gloria a Ti, Señor Jesús!

TEXTO:

Finalmente, nos detenemos en el valor de la fraternidad, no ya tan sólo como igualdad de libres, sino como ejercicio activo de la esencia más íntima que nos hace humanos. La palabra «hermano» pasa a convertirse en designación de los cristianos; por lo demás, en correlación íntima con su última definición, pues no es posible confesar a Dios como abba, Padre/Madre, sin reconocer a los demás como hermanos y hermanas. Aunque los hermanos preferidos en el cristianismo han de ser los más pequeños, los pobres y los excluidos.
Pero ahondando aún más, la fraternidad según Jesús de Nazaret está resumida en este texto del evangelista Mateo: «Pero vosotros no os hagáis llamar señor y maestro, pues uno solo es vuestro maestro y todos sois hermanos. A nadie llaméis padre en la tierra, porque uno solo es vuestro padre, el Celestial» (Mt 23,8-9).

Los laicos en una Iglesia sinodal. Juan Pablo García Maestro.

REFLEXIÓN PERSONAL:

En el Evangelio de hoy, Jesús condena la incoherencia y la falta de sinceridad en la relación con Dios y con el prójimo.
Es un buen momento para pararte a pensar ¿cómo es tu relación con Dios? ¿qué predomina en tu oración: la petición, la queja, la preocupación, el agradecimiento?
Mira ahora tu vida cotidiana: tu ser persona, ciudadano, iglesia. ¿Qué te mueve a hacer las cosas? ¿Cuáles son tus motivaciones?
Y por último echa una mirada a ti mismo. Dice el Evangelio: «Dicen y no hacen», «hablan y no practican». ¿Qué diría Jesús de ti mismo, que dice la gente de ti?

CANCIÓN: El que se ensalza (Unai Quirós)

ORACIÓN FINAL (José María Rodríguez Olaizola, SJ):

A veces al rezar te sale el fariseo que llevas dentro. Y entonces te apropias un poco de Dios, y le dices: «soy de los tuyos», pero en realidad lo que le estás diciendo es: «Tú eres de los míos». Y, veladamente, se te cuela la mirada por encima del hombro a los otros, los que no creen, o creen de manera distinta; los que celebran distinto que tú; los que sobre los diferentes problemas se sitúan en otro lugar, tienen otras opiniones o perspectivas. Arrugas la nariz, por dentro, aunque por fuera tu rostro sea plácido y sereno. Te sientes más verdadero en tus convicciones, y les detestas un poco (aunque jamás utilizarías el verbo detestar) porque no son como tú.
A veces, al rezar asoma el publicano. Y entonces dices a Dios, con una mezcla de pesar y aceptación, dolor y confianza: «Esto es lo que hay». Y lo dices sin reto ni rendición, sin arrogancia ni ego. Entonces expresas, desde lo hondo, que no puedes, que no sabes, que no alcanzas, pero que aun así, caminas, confiando en que con tu barro él sabrá qué hacer. Y ofreces tu amor, a veces ensombrecido por el egoísmo; y tus manos vacilantes, y tus dudas. Y, en tu fragilidad tan absoluta, la oración se vuelve abrazo.

Amén.

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