Hoy es 3 de abril de dos mil diecisiete, el Camino hacia la Pascua avanza y en esté lunes de la V semana de cuaresma el Señor nos invita a vivir estos momentos de oración en intimidad con Él de oración desde la experiencia del perdón incondicional. Disfrutemos de este tiempo de salvación. Su mirada compasiva nos muestra la estima y la confianza que tiene para con nosotros.
La mujer del evangelio con la que vamos a orar nos adentra en Jesucristo, el experto en humanidad que nos brinda la experiencia más humana y más divina.
En actitud abierta y confiada dejemos que nuestra fragilidad sea abrazada por el Señor, Él nos libera y nos transforma en criaturas nuevas.
Jn 8,1-11
En aquel tiempo, Jesús se retiró al monte de los Olivos. Al amanecer se presentó otra vez en el Templo, y todo el pueblo acudía a Él. Entonces se sentó y se puso a enseñarles. Los escribas y fariseos le llevan una mujer sorprendida en adulterio, la ponen en medio y le dicen: «Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en adulterio. Moisés nos mandó en la Ley apedrear a estas mujeres. ¿Tú qué dices?» Esto lo decían para tentarle, para tener de qué acusarle. Pero Jesús, inclinándose, se puso a escribir con el dedo en la tierra. Pero, como ellos insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo: «Aquel de vosotros que esté sin pecado, que le arroje la primera piedra». E inclinándose de nuevo, escribía en la tierra. Ellos, al oír estas palabras, se iban retirando uno tras otro, comenzando por los más viejos; y se quedó solo Jesús con la mujer, que seguía en medio. Incorporándose Jesús le dijo: «Mujer, ¿dónde están? ¿Nadie te ha condenado?» Ella respondió: «Nadie, Señor». Jesús le dijo: «Tampoco yo te condeno. Vete, y en adelante no peques más».
Palabra de Dios
Vicente de Paúl descubre en el evangelio como la misericordia de Jesús se reviste de compasión, de cariño de amor tierno. Ese cariño de Jesús lo experimenta y lo transmite constantemente con gestos y palabras llenas de afecto y amabilidad.
“Es preciso que sepamos enternecer nuestros corazones y hacernos capaces de sentir los sufrimientos y las miserias del prójimo, pidiendo a Dios que nos dé el verdadero espíritu de misericordia, que es el espíritu propio de Dios…”.
“Tengamos misericordia, hermanos míos, y ejercitemos con todos nuestra compasión, de forma que nunca encontremos un pobre sin consolarlo, si podemos, ni a un hombre ignorante sin enseñarle en pocas palabras las cosas que necesita creer y hacer para su salvación ¡Oh Salvador, no permitas que abusemos de nuestra vocación ni quites de esta Compañía el espíritu de misericordia!”.
Se preguntó al padre Vicente qué es lo que había que hacer cuando una hermana no quiere humillarse ante otra hermana, sino que le responde con desprecio o no quiere escucharla. Respondió:
“Hijas mías, si así sucediese, lo que Dios no permita, entonces, hijas mías, que la que ha sido rechazada tenga compasión de su hermana, rece por ella, no tenga reparos y la abrace una vez más; porque fijaos, mis queridas hermanas, apenas la deje, seguramente se arrepentirá de su acto”.
Para los Fariseos, el juicio tiene su origen en la Ley que condena y relega a la soledad. Para Jesús tiene origen en el corazón que perdona y reúne. Los Fariseos se van marchando uno después de otro, arrastrando el peso de un pecado que no han sabido perdonar, porque no esperan justificación más que de sí mismos. La mujer marcha justificada porque no ha presentado al Señor más que su miseria, incapaz de esperar de sí misma nada bueno., Jesús que conoce el secreto de los corazones, escribe con el dedo en el la tierra.
¡Gracias, Señor, porque meditando esta escena tan impresionante del Evangelio cambias radicalmente mi corazón, cambias mi vida, cambias el concepto que pueda tener de la gente! ¡Señor, quiero hoy coger lo mejor de ti, tu gran capacidad para amar, para acoger, para dar ternura y afecto, para perdonar, para llevar a los demás esa actitud misericordiosa que tuviste con la mujer adúltera! ¡Quiero en definitiva, Señor, contar al mundo lo que hoy me has dicho al corazón: «Vete, y no peques nunca más»! que no debo criticar sino perdonar!
ORACIÓN FINAL
Señor, tú, que eres compasivo,
Infúndenos tus sentimientos,
Queremos ser contigo compasivos como el Padre,
vivir abiertos a la ternura, cerrados al egoísmo.
Gracias por tu derroche de amor, eres impresionante;
enfrentas a los poderosos con su propia verdad y levantas
del suelo a los humildes que reconocen su fragilidad.
A ti la gloria por los siglos de los siglos
Amén.