Hoy es domingo 12 de marzo, segundo Domingo de Cuaresma. En este día Dios nos llama a abrir bien los oídos del corazón, a no hacernos los despistados, a no buscar esa comodidad que apaga el alma, sino todo lo contrario, a buscar la vida que nos llena y nos da sentido.
Mt 17, 1-9
Seis días más tarde llamó Jesús a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan y se los llevó aparte a una montaña elevada. Delante de ellos se transfiguró: su rostro resplandeció como el sol, sus vestidos se volvieron blancos como la luz. Se les aparecieron Moises y Elías conversando con él. Pedro tomó la palabra y dijo a Jesús: – Señor, ¡qué bien se está aquí! Si te parece, armaré tres tiendas: una para tí, otra para Moisés y otra para Elías. Todavía estaba hablando, cuando una nube luminosa les hizo sombra y de la nube salió una voz que decía: – éste es mi Hijo querido, mi predilecto. Escuchadle. Al oírlo, los discípulos cayeron de bruces temblando de miedo. Jesús se acercó, los tocó y les dijo: – ¡Levantaos, no temáis! Alzando la vista, no vieron más que a Jesús solo. Mientras bajaban de la montaña, Jesús les ordenó: – No contéis a nadie lo que habéis visto hasta que este hombre resucite de la muerte.
Palabra de Dios
¿Sabéis qué es lo que pienso cuando oigo hablar de esas necesidades tan lejanas de las misiones extranjeras? Todos hemos oído hablar y sentimos cierto deseo de ir allá; juzgamos felices al padre Nacquart, al padre Gondrée, a todos los demás misioneros […] son felices porque han salvado sus almas al entregarlas por la fe y por la caridad cristiana. Todo esto es muy hermoso, muy santo: todos alaban su celo y su entusiasmo; y ahí se queda todo. Pero si tuviésemos esa indiferencia, si no nos apegásemos a esa tontería y estuviésemos dispuestos a todo, ¿quién no se ofrecería para ir a Madagascar, a Berbería, a Polonia o a cualquier otro sitio donde Dios desea que le sirva la compañía? Si no lo hacemos así, es porque estamos apegados a alguna cosa. SV XI 536
San Vicente nos regala un gran ejemplo de cómo vivir a Dios desde lo profundo del propio Dios y no desde lo superficial, lo cómodo, aquello a lo que a cada uno se nos pegan los sentidos… vivir a Dios, y hacer nuestra vida misión, implica no estar cómodo, no caer en los conformismos, ni en las metas alcanzadas, sino todo lo contrario, en estar siempre en camino, levantando la cabeza una y mil veces, y siempre desde la oración, saber escuchar lo que Dios pide y no lo que pide mi ombligo, porque todos sabemos bien claro cual es nuestra parte y cual la de Dios, y a cada uno se le pedirá en función de lo recibido.
(Ixcis)
ORACIÓN FINAL
Señor, Padre Misericordioso,
que suscitaste en San Vicente de Paúl
una gran inquietud
por la evangelización de los pobres,
infunde tu Espíritu
en los corazones de sus seguidores.
Que, al escuchar hoy
el clamor de tus hijos abandonados,
acudamos diligentes en su ayuda
“como quien corre a apagar un fuego”.
Aviva en nosotros la llama del carisma
que desde hace 400 años
anima nuestra vida misionera.
Te lo pedimos por tu Hijo,
“el Evangelizador de los pobres”,
Jesucristo nuestro Señor. Amén.