Oración vigésimo octavo día de Cuaresma

Hoy es martes 2 de abril de la cuarta semana de Cuaresma, y el evangelio nos presenta un modelo de confianza en Jesucristo, pues su sola presencia basta para creer firmemente en su misericordia y en la libertad que da su persona.

Jn 5, 1-16

En un día de fiesta para los judíos, cuando Jesús subió a Jerusalén. Hay en Jerusalén, junto a la puerta de las ovejas, una piscina llamada Betesda, en hebreo, con cinco pórticos, bajo las cuales yacía una multitud de enfermos, ciegos, cojos y paralíticos, que esperaban la agitación del agua. Porque el ángel del Señor descendía de vez en cuando a la piscina, agitaba el agua y, el primero que entraba en la piscina, después de que el agua se agitaba, quedaba curado de cualquier enfermedad que tuviera. Entre ellos estaba un hombre que llevaba treinta y ocho años enfermo. Al verlo ahí tendido, y sabiendo que llevaba mucho tiempo en tal estado, Jesús le dijo: «¿Quieres curarte?» Le respondió el enfermo: «Señor, no tengo a nadie que me meta en la piscina cuando se agita el agua. Cuando logro llegar, ya otro ha bajado antes que yo». Jesús le dijo: «Levántate, toma tu camilla y anda». Y al momento el hombre quedó curado, tomó su camilla y se puso a andar. Aquel día era sábado, por eso los judíos le dijeron al que había sido curado: «No te es lícito cargar tu camilla». Pero él contestó: «El que me curó me dijo: «Toma tu camilla y anda». Ellos le preguntaron: «¿Quién es el que te dijo: «Toma tu camilla y anda?». Pero el que había sido curado no lo sabía, porque Jesús había desaparecido entre la muchedumbre. Más tarde lo encontró Jesús en el templo y le dijo: «Mira, ya quedaste sano. No peques más, no sea que te vaya a suceder algo peor». Aquel hombre fue y les contó a los judíos que el que lo había curado era Jesús. Por eso los judíos perseguían a Jesús, porque hacía estas cosas en sábado.

Palabra de Dios

TEXTO VICENCIANO

Ayudémonos (…) con el ejemplo y el consejo: «Ayudémonos unos a otros, mi querido amigo, con el ejemplo y el consejo. Esforcémonos porque nuestra confianza en la Gracia pueda igualar a. nuestra desconfianza en la naturaleza. Seamos fuertes incluso en los sufrimientos, ya que la debilidad es la enfermedad de los tiempos. Recordemos que hemos vivido ya un tercio de nuestra existencia, y que hemos vivido de la bondad de los demás; debemos vivir lo que queda para bien de los demás. No dejemos de hacer todo el bien que esté en nuestras manos”.

(Federico Ozanam, carta a Francisco Lallier, oct. 5, 1837.

REFLEXIÓN PERSONAL

Aquella persona, confiaba en que el Dios de Israel lo curaría, y así pasó mucho tiempo hasta que Cristo se acercó. Y sabiendo que ya llevaba mucho tiempo de sufrimiento, se acercó para restablecerle como persona. El Señor había previsto el encuentro para aquel momento preciso. No porque no hubiese querido ahorrarle el sufrimiento de tantos años, sino porque quiso regalarle un don mayor: la fe y poco más tarde el perdón de sus pecados.

Todos estamos expuestos a sentirnos desamparados en los momentos duros, o en la cotidianidad de nuestro trabajo diario. Sin embargo, Cristo nos sale al encuentro. Nos cura y hace que cambie nuestra vida Porque Él quiere permanecer con nosotros, que sintamos su presencia en nuestra vida diaria. Todos somos como este paralítico. Todos los días constatamos nuestra pequeñez y nos sentimos frágiles, sin fuerzas. Y en realidad lo somos, pues cojeamos siempre en nuestros mismos defectos. Y este paralítico del evangelio de hoy nos da la solución: Exponer nuestros problemas a Jesús con confianza y Él va a obrar maravillas en nosotros. Somos esos hombres que continuamente tropiezan, somos cojos, necesitamos de alguien que nos sostenga.

Por eso debemos ser Iglesia siempre de puertas abiertas. Es la casa de Jesús y Jesús acoge. Pero no solo acoge, va a encontrar a la gente como fue a buscar a este. Y si la gente está herida, ¿qué hace Jesús? ¿Le regaña por estar herida? No, va y lo carga sobre los hombros. Y esto se llama misericordia.

CANCIÓN

“No perderé el norte” (Almudena)

ORACIÓN FINAL

Señor espero en tu misericordia, cada día. Desata mis bloqueos, cura mis parálisis del corazón, da luz a mis ojos, oído a tu Palabra, levántame de mis miserias, regálame tu gracia para que pueda caminar hacia ti y convertir mi vida en alabanza. Señor, gracias por tu amor y tu presencia sanadora.

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