Oración trigésimo quinto día de Cuaresma

Hoy es día 4 de abril, martes de la última semana de Cuaresma, cada vez más próxima la Pascua del Señor, y cada vez más claro su mensaje; dejémonos empapar de ÉL.

Jn 8,21-30

En aquel tiempo, dijo Jesús a los fariseos: – «Yo me voy y me buscaréis, y moriréis por vuestro pecado. Donde yo voy no podéis venir vosotros». Y los judíos comentaban: – «¿Será que va a suicidarse, y por eso dice: «Donde yo voy no podéis venir vosotros»?». Y él les dijo: – «Vosotros sois de aquí abajo, yo soy de allá arriba: vosotros sois de este mundo, yo no soy de este mundo. Con razón os he dicho que moriréis en vuestros pecados: pues, si no creéis que «Yo soy», moriréis en vuestros pecados». Ellos le decían: -«¿Quién eres tú?». Jesús les contestó: – «Lo que os estoy diciendo desde el principio. Podría decir y condenar muchas cosas en vosotros; pero el que me ha enviado es veraz, y yo comunico al mundo lo que he aprendido de él». Ellos no comprendieron que les hablaba del Padre. Y entonces dijo Jesús: «Cuando levantéis en alto al Hijo del hombre, sabréis que «Yo soy», y que no hago nada por mi cuenta, sino que hablo como el Padre me ha enseñado. El que me envió está conmigo, no me ha dejado solo; porque yo hago siempre lo que le agrada». Cuando les exponía esto, muchos creyeron en él.

Palabra de Dios

Así pues, hermanos míos, hemos de trabajar en la estima de Dios y procurar concebir un aprecio de él muy grande. ¡Oh hermanos míos! Si tuviésemos una vista tan sutil que penetrásemos un poco en lo infinito de su excelencia, ¡Oh Dios mío, oh hermanos míos qué sentimientos tan altos sacaríamos! Diríamos, como san Pablo, que ni los ojos vieron, ni los oídos oyeron, ni el espíritu comprendió nada semejante. Es un abismo de dulzura, un ser soberano y eternamente glorioso, un bien infinito que abarca todos los bienes; todo es allí inabarcable. Pues bien, el conocimiento que de él tenemos, y que está por encima de todo entendimiento, debe bastarnos para apreciarlo infinitamente. Y este aprecio tiene que hacernos anonadar en su presencia y hacernos hablar de su suprema majestad: con un gran sentimiento de humildad, de reverencia y de sumisión; y a medida que lo vayamos apreciando, lo amaremos más; y ese aprecio y ese amor nos darán un deseo continuo de cumplir siempre su santa voluntad, un cuidadoso esmero por no hacer nada en contra suya y un gran alejamiento de las cosas de la tierra, despreciando todos sus bienes. SV XI 412

A diferencia del pueblo que vivió con Jesús, y aún así no lo reconocía como hijo de Dios, los cristianos de hoy decimos conocer a Dios y muchas veces se nos llena la boca al hablar de sus enseñanzas y su doctrina.
Las lecturas de hoy nos plantean un nuevo reto, y es que si de verdad conociéramos el don de Dios, si de verdad conociéramos su Amor y Misericordia, todo sería diferente. Como hijos de Dios, estamos llamados a vivir en su presencia, dejarnos envolver por su inagotable Amor acogiendo siempre su santa y sabia voluntad.


ORACIÓN FINAL

Enséñame, Señor, a amarte,
como sólo tú mereces ser amado.
Enséñame, Señor, a bendecirte,
por todo lo que tú, a mí me has dado.
Yo quiero, Señor, amarte siempre.
Amarte y bendecirte porque has sido
mi luz y mi alegría,
en los días de sol y en las noches oscuras,
en el gozo y la espera.
Enséñame, Señor, a amarte,
con toda la fuerza de mi alma,
en cada palabra que pronuncie,
en cada acción que realice,
en todo lo que piense, diga y haga.
Amarte como sólo tú, Señor,
mereces ser amado.
Bendecirte, como sólo tú, Señor,
mereces ser bendecido.
Porque en ti y contigo, mi vida es una gracia,
aunque a veces lo olvide y abandone el camino.
Enséñame, Señor, a amarte,
cada día y todos los días de mi vida.
Enséñame, Señor, a bendecirte,
en todo lo que piense, diga y haga.
Amén.

Entrada anterior
Oración trigésimo cuarto día de Cuaresma
Entrada siguiente
Oración trigésimo sexto día de Cuaresma