Oración vigésimo séptimo día de Cuaresma

Hoy es lunes, 27 de marzo de dos mil diecisiete, escuchemos la palabra, qué nos quiere regalar el Padre en este día.

Jn 4, 43-54.

En aquel tiempo, Jesús salió de Samaria y se fue a Galilea. Jesús mismo había declarado que a ningún profeta se le honra en su propia patria. Cuando llegó, los galileos lo recibieron bien, porque habían visto todo lo que él había hecho en Jerusalén durante la fiesta, pues también ellos habían estado allí.

Volvió entonces a Caná de Galilea, donde había convertido el agua en vino. Había allí un funcionario real, que tenía un hijo enfermo en Cafarnaúm. Al oír éste que Jesús había venido de Judea a Galilea, fue a verlo y le rogó que fuera a curar a su hijo, que se estaba muriendo. Jesús le dijo: «Si no ven ustedes signos y prodigios, no creen». Pero el funcionario del rey insistió: «Señor, ven antes de que mi muchachito muera». Jesús le contestó: «Vete, tu hijo ya está sano».

Aquel hombre creyó en la palabra de Jesús y se puso en camino. Cuando iba llegando, sus criados le salieron al encuentro para decirle que su hijo ya estaba sano. Él les preguntó a qué hora había empezado la mejoría. Le contestaron: «Ayer, a la una de la tarde, se le quitó la fiebre». El padre reconoció que a esa misma hora Jesús le había dicho: ‘Tu hijo ya está sano’, y creyó con todos los de su casa. Ésta fue la segunda señal milagrosa que hizo Jesús al volver de Judea a Galilea.

Palabra de Dios

Este párrafo de la introducción de la conferencia del 25 de enero de 1643, a las Hijas de la Caridad, prueba claramente, que, durante toda esa conferencia, san Vicente evoca el recuerdo de su madre, de sus hermanas y de las campesinas que conoció durante sus primeros quince años. Pensando en ellas, y seguramente en lo que les debía, afirma:

«¿Qué Dios escogió a los pobres para hacerlos ricos en la fe? La fe es una gran posesión para los pobres, ya que una fe viva obtiene de Dios todo cuanto razonablemente queremos. Hijas mías, si sois verdaderamente pobres, sois también verdaderamente ricas, ya que Dios es vuestro todo. Fiaos de él, mis queridas Hermanas. ¿Quién ha oído decir jamás que los que se han fiado de las promesas de Dios se han visto engañados? Esto no se ha visto nunca, ni se verá jamás. Hijas mías, Dios es fiel en sus promesas, y es muy bueno confiar en él, y esa confianza es toda la riqueza de las Hijas de la Caridad, y su seguridad. ¡Qué felices seréis, Hijas mías, si no os falta nunca esta confianza! Porque seréis entonces verdaderas Hijas de la Caridad, y participaréis del espíritu y de las buenas prácticas de las verdaderas aldeanas, que tienen que ser su verdadero modelo, ya que Dios se ha servido primero y principalmente de ellas, para empezar vuestra Compañía». SV, IX, 99-100.

El Evangelio de hoy nos habla de fe. Actitud sin la cual es imposible hacer un progreso en el camino del Reino. Inicialmente la curiosidad, la expectativa, la novedad, pueden estar en el origen de nuestra relación con Dios o con Jesús, pero es necesario e importante que surja el elemento de fe para que se pueda dar todo el proceso completo.
En el funcionario al que se le sana el hijo se percibe perfectamente el proceso, y es ahí donde debemos poner el énfasis, no en el milagro de si se sanó o no, a qué horas, coincidencia de la hora en que Jesús lo dice y el niño mejora, el milagro a distancia, etc. Es que el funcionario real ya tenía su proceso de acercamiento.

¿En nosotros se ha dado el proceso?
Este tiempo de cuaresma es propicio para hacernos las preguntas y para definir, de cara al misterio Pascual, nuestra cercanía a Jesús.
¿Cómo está nuestra actitud y nuestra fe ante la Palabra?
Podemos destacar también el gesto de la palabra de Jesús: es su palabra la que busca el funcionario real, es la palabra la que le confirma la fe y cree en Jesús él con todos los suyos.


ORACIÓN FINAL

Señor, concédenos la fe.
La fe que arranca la máscara del mundo y hace ver a Dios en todas las cosas.
Señor, concédenos la fe
que nos haga emprender todo lo que TÚ quieres sin dudar sin vergüenza ni temor, sin retroceder nunca.
Amén.

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